sábado, 5 de enero de 2008

GUÍA PARA JÓVENES - CAPÍTULO II

CAPÍTULO II
ATRACCIÓN SEXUAL GENERAL


Como un ser social, cada uno de nosotros tiene un deseo natural de compañía y de las más cercanas delicias de la amistad. Como un miembro de un sexo definido, cada cual siente una atracción natural dada por Dios hacia el sexo opuesto lo que es bastante diferente de la atracción que normalmente se siente hacia miembros del mismo sexo. Esta atracción sexual se manifiesta en casi innumerables formas; pero cuanto estas diferentes manifestaciones son analizadas detenidamente, se puede ver que se pueden reducir a estas tres: Atracción Sexual General, Atracción Sexual Personal y Atracción Sexual Física.

La atracción sexual general podría ser definida negativamente al decir que no es dirigida hacia una mera satisfacción física y que no se centra específicamente en algún individuo. Consiste principalmente en algún intrigante interés en los miembros del sexo opuesto y una atención peculiar a sus cualidades distintivas. Cuando, por ejemplo, los hombres están especialmente atraídos por la gracia, la susceptibilidad emocional, la belleza, y la dulzura de la mujer, mientras que las mujeres están atraídas por la fuerza, el valor, la energía y la deliberación calmada del hombre. Cada sexo esta llevado a admirar esas virtudes o cualidades que sobresalen de alguna manera especial en los miembros del sexo opuesto. Cada uno experimenta unas ansias más o menos innatas de escuchar la voz del otro, de ver al otro, de estar en la presencia del otro. Cada cual experimenta cierta curiosidad natural por conocer más acerca de los puntos de vista, los hábitos de vida y las características físicas del otro.

Este elemento natural de misterio que rodea al sexo opuesto y su natural atracción a las cualidades complementarias del otro es a lo que nos referimos con atracción sexual general. Tiene un propósito dado por Dios. Lleva a ambos sexos a juntarse en una vida social, les muestra la mutua dependencia entre sí, el mutuo poder que cada uno tiene sobre el otro y de esa manera últimamente lleva a la meta divina del matrimonio, el sexo y la procreación.


1.1.1 Peligros

Comúnmente hablando, la plenitud de la vida social entre ambos sexos debería ser más útil que dañina a la castidad, ya que previene la innecesaria represión de la atracción sexual y debiera generar un especial respeto por el otro. De esa manera las fiestas, bailes, y el entretenimiento y planes de grupo sirven a un buen propósito. Pero es evidente que cuando el interés en el otro sexo es absorbente, cuando la mente de los chicos está constantemente en las chicas y cuando la mente de las chicas está constantemente en los chicos, es cuando el peligro de transición de la esfera general hacia la real tentación física crece. Y es cuando, llevados por este interés general, uno busca contacto físico y el peligro crece. De esta manera, algunos, sin ningún pensamiento de amor o de pasión están inclinados a besarse como ellos dicen “sólo por la emoción de hacerlo”. Esta es una de las inclinaciones de la atracción sexual general la cual puede llevar fácilmente a la pasión o la inmodestia. En tanto llega a eso, es un peligro a la virtud de la castidad y tales impulsos deberían ser controlados.

La curiosidad acerca del otro sexo per se no implican alguna lesión a la castidad. Pero cuando la curiosidad se convierte en enfermiza, cuando lleva al camino sigiloso de buscar lecturas y figuras “informativas”, o cuando llevan a intentar de ver más y más el cuerpo del sexo opuesto, de esa manera luego se convierte en fuente de estimulación física y puede ser un peligro para la castidad. Debemos enfrentar un hecho de manera clara: si es que queremos saber algo acerca de la circulación de la sangre, hacemos una búsqueda, encontramos los hechos y estamos satisfechos.
La curiosidad acerca de los asuntos relacionados con el sexo es un tipo diferente de curiosidad. Esto es con frecuencia más que una mera curiosidad intelectual pues involucra en mayor o menor grado la estimulación de las emociones. Esto fácilmente crea deseos de placer o acciones que no podrían haberse experimentado nunca si no se hubiera satisfecho nunca la curiosidad inicial. Esto también lleva a una imperceptible necesidad de volver a las fuentes de información, no realmente para adquirir información, ya que ello ya se consiguió, sino para la obtención de placenteras emociones que acompañan la adquisición del conocimiento.

El cegarse al peligro emocional que involucra la satisfacción de la curiosidad sexual es jugar a hacerse el tonto. La Iglesia nunca finge ceguedad ante este peligro; ella está constantemente en alerta a esto. Por esta razón, justamente critica muchos de los sistemas modernos de educación sexual que involucran ciertos errores como los siguientes: toda la comunicación de la información sobre el sexo, sea útil o no; la intención de hacer del sexo algo tan común que puede ser públicamente discutido sin reservas; la teoría de que la educación sexual consiste meramente en la entrega de información fisiológica, sin hacer referencia al alma, y sin dedicar el mismo tiempo a educar la voluntad de la castidad. Errores de este tipo simplemente ignoran el mero hecho que los impulsos sexuales físicos son fácilmente estimulados y difíciles de manejar. Fumar bajo las condiciones adecuadas no es demasiado peligroso, pero lo sería de hacerlo dentro de una refinería de petróleo.

¿Todo esto significa que la curiosidad respecto a temas sexuales nunca podrá ser satisfecha? De ninguna manera. Simplemente significa que deben tomarse las debidas precauciones de sentido común. Una regla sensata diría de la siguiente manera: Un joven o una joven pueden con seguridad conocer la fisiología y psicología de esta parte normal de la vida. El deseo de tal conocimiento está generalmente dentro de la esfera del interés sexual general, y la mayoría de veces no será fuente de serio peligro a la castidad a menos que sea dado o buscado en situaciones dañinas. Pero la repetida inclinación de recurrir y aprender la misma cosa otra vez cuando ya se conoce, y la inclinación de ver de un compañero/a lo más posible que uno pueda ver – tales cosas pueden llevar muy seguido a uno a la esfera de lo físico y muchas veces no son otras cosas que meras formas sutiles de buscar una estimulación física.

Al respecto de la curiosidad, necesitamos agregar que en la cuestión del sexo hay algunas cosas que es mejor dejar como desconocidas. El instinto sexual, como otras emociones, tiene su patología. Nuestros periódicos y revistas modernos parecen estar guiados por el principio de que son libres de reportar, inclusive describir al detalle, cualquier cosa que pasa simplemente porque “es la verdad”. Este es un falso principio. Los detalles de los crímenes y enfermedades tienen que ser de conocimiento de criminologistas y de hombres de medicina; tales detalles no son necesarios para la gente común – de hecho, la misma lectura de estos muchas veces tiene un efecto desesperanzador y chocante en la mente y en las emociones. Es aconsejable, incluso desde el punto de vista de nuestro bienestar psicológico, el disciplinar nuestra curiosidad al respecto de estas cosas. Debemos de estar satisfechos con aprender, en una manera digna, aquellas cosas que son necesarias o que son útiles para nosotros.
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Tomado de The Augustine Club perteneciente a la Universidad de Columbia, USA. Traducción no oficial realizada por Alicia.

jueves, 3 de enero de 2008

Reflexiones

No se alcanza de golpe la perfección por solo desprenderse y renunciar a todas las riquezas y despreciar los honores, si no se añade esta caridad que el Apóstol describe en sus diversos aspectos. En efecto, ella consiste en la pureza de corazón. Porque el no actuar con frivolidad, ni buscar el propio interés, ni alegrarse con la injusticia, ni tener en cuenta el mal, y todo lo demás, ¿que otra cosa es sino ofrecer continuamente a Dios un corazón perfecto y purísimo, y guardarlo intacto de toda conmoción de las pasiones?


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(CASIANO, Premiere Conference, 6-7. En Sources chretiennes, 42, Le Cerf, 1955, p. 84).

Reflexiones

q Oísteis que fue dicho a los antiguos: No adulteraras. Pues yo os digo que todo aquel que pusiese los ojos en una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio en su corazón con ella. La justicia menor prohíbe cometer adulterio mediante la unión de los cuerpos; mas la justicia mas perfecta del reino de los cielos prohíbe cometerlo en el corazón. Y quien no comete adulterio en el corazón, mucho mas fácilmente cuida de no cometerlo con el cuerpo.


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(SAN AGUSTIN, Sobre el Sermón de la Montaña, 1, 23).

miércoles, 2 de enero de 2008

La Castidad: Una Guía para los Jóvenes



LA CASTIDAD

UNA GUÍA PARA LOS JÓVENES


Originalmente publicada bajo el título de Juventud Moderna y Castidad



por Gerald Kelly, S.J., A.M., S.T.D. ex-Profesor of Teología Moral en St. Mary's College, St. Mary's, Kansas
con la colaboración de B. R. Fulkerson, S.J., A.M., S.T.L. and C. F. Whitford, S.J., A.M., Ph.D.


[Nota: St. Mary's College fue una vez un gran colegio jesuita en el Medio-Oeste. Ha cerrado, pero las enseñanazas morales de la Iglesia siguen viviendo, y en este escrito han sido traducidas en recomendaciones especìficas para los y las jóvenes – no sólo Católicos, sino también para cualquier persona religiosa seria que busque llevar una vida de castidad que lleve a un matrimonio feliz.]




INTRODUCCIÓN


En el verano de 1940 un grupo de aproximadamente 50 Padres Jesuitas se reunieron en Campion, Prairie du, Wisconsin, para la Convención anual de la Midwest Section de EL INSTITUTO DE EDUCACIÓN RELIGIOSA. En el curso de esa convención de 1940 los miembros del Instituto (mayormente consejeros estudiantiles y profesores de Religión en universidades jesuitas) discutieron fervientemente la necesidad de un texto sobre castidad adaptado a los requerimientos intelectuales y prácticos de jóvenes chicos y chicas que recién entraban a la universidad. Se acordó que tal libro era necesario; y un comité fue nombrado para planear y preparar el texto. El comité estaba compuesto por el Reverendo Benjamín R. Fulkerson, S.J., A. Al., S. T. L., del Departamento de Religión, Universidad Sn. Luis, Sn. Luis, Missouri; el Reverendo Clarence F. Whitford, S.J., A. AL, Ph. D., del Departamento de Filosofía, Universidad Marquette, Milwaukee, Wisconsin; y el presente escritor. Durante el siguiente año un texto fue preparado, y fue unánimemente aprobado por los miembros del Instituto en la Convención de 1941. El texto, tal como fue aprobado, fue usado experimentalmente durante el siguiente año y medio. La siguiente edición impresa es substancialmente la misma.

En la preparación del libro el comité buscó dar a los jóvenes de aproximadamente edad un iversitaria una presentación clara y adecuada de la enseñanza moral Católica sobre la castidad. Ya que presumimos que la mayoría de los lectores a quienes el libro iba dirigido eran solteros, limitamos nuestro tema casi exclusivamente a la castidad extra-marital, y en nuestras ilustraciones y aplicaciones prácticas hicimos frecuentes referencias a preguntas de gran interés y beneficio para la juventud de hoy: como por ejemplo, los besos, las lecturas, la conversación, el entretenimiento y la pureza de pensamiento.

Sin embargo, no deseamos limitar nuestro tratamiento del tema de la castidad a la solución de casos prácticos. Debido a los puntos de vista radicales sobre la pureza que prevalece en nuestro “mundo moderno” nuestro jóvenes necesitan ser instruídos en las obligaciones de la castidad y de tener una profunda apreciación de los motivos, los motivos Cristianos concretamente, que son calculados para inspirar a alguien en la práctica de la virtud de la castidad. Hemos incluído capítulos que tratan específicamente estos puntos. Aún más, ya que las obligaciones e ideales sobre la castidad pueden ser difícilmente entendidos de manera completa sin algunas consideraciones de las preguntas más generales sobre la amistad, compañía entre ambos sexos y el amor, hemos introducido el tratamiento de la castidad en diversos capítulos sobre Amistad y Atracción Sexual.

La edición experimental de este libro fue titulada “Castidad y Juventud Católica”. Durante el período de experimentación fue usado como material de enseñanza en muchos colegios y universidades durante clases representando una variedad de grupos – estudiantes y religiosos de ambos sexos. Cierto número de consejeros estudiantiles lo usaron también como guía durante su trabajo.

Muchos no-católicos leyeron el documento experimental y lo encontraron útil. Algunos sugirieron que la palabra del libro “Católica” fuera reemplazada ya que daba la impresión a los no-católicos que el texto fuera sólo por Católicos. Nuestros mismos lectores No-Católicos señalaron el hecho que la mayor parte del libro contiene material que sería muy útil para serios No-Católicos, y que incluso las partes exclusivamente Católicas podrían ser al menos informativas, si no inspiradoras. Damos bienvenida a tal propuesta, ya que la preservación de la pureza es seguramente uno de los puntos en los que todas las buenas personas, especialmente aquellos que profesan el Cristianismo, deberían celosamente cooperar.

Para referirnos un poco sobre el autor de este libro, después de que el comité fue reunido por los miembros del Instituto, se acordó que el suscrito debería escribir el libro con la colaboración de los Padres Whitford y Fulkerson. Ambos colaboradores colaboraron en planear el libro y dar críticas detalladas del manuscrito completo.Además al respecto de esta ayuda general, la cual fue extendida a todas las partes del libro, el Padre Whitford fue particularmente útil debido a su conocimiento de la psicología del instinto, y el Padre Fulkerson contribuyó con sus propias notas una amplia lista de sugerencias concretas contenidas en los capítulos V y VI.

En conclusión, el autor desea reconocer una especial deuda de gratitud al Reverendo Francis Hurth, S. J., Profesor de Teología Moral en la Universidad Gregoriana, Roma. Mucho del material en el análisis del instinto sexual contenido en los primeros capítulos de este libro es adaptado de las notas privadas del Padre Hurth que son usadas con su autorización. Un reconocimiento especial también al Padre Bakewell Morrison, S. J., Chairman de la Midwest Section del Institute of Religious Education, por sus ánimos, y el Padre G. Augustine Ellard, Profesor de Teología Ascética en St. Mary’s College, St. Mary’s, Kansas, por su invalorable crítica.




TABLA DE CONTENIDOS

Introducción
Capítulo Uno: La Amistad Verdadera
Capitulo Dos: Atracción Sexual General
Capítulo Tres: Atracción Sexual Personal
Capítulo Cuatro: Atracción Sexual Física
Capítulo Cinco: Elección de una Pareja para el Matrimonio
Capítulo Seis: “Des-enamorándose”
Capítulo Siete: El Plan Divino de Reproducción
Capítulo Ocho: El significado de Castidad
Capítulo Nueve: La Ley de Dios de la Castidad
Capítulo Diez: Principios de Moral Prácticas
Capítulo Once: Algunas Consideraciones Prácticas
Capítulo Doce: La Belleza de la Castidad
Capítulo Trece: El Celibato



CAPÍTULO I

LA AMISTAD VERDADERA




El propósito principal de esta primera parte del libro está destinada a analizar la psicología de la atracción sexual. Sin embargo, como se verá luego, hay ciertos elementos de atracción sexual que no pueden ser propiamente estimados sin hacer referencia a la más general noción de amistad. Por tanto, es necesario empezar la sección entera con una examen de lo que ésta significa, o por lo menos de lo que debería significar la amistad verdadera. Nuestra experiencia con muchos jóvenes varones y mujeres que leyeron el manuscrito de este libro en un primer momento estaban fuertemente inclinados a negar nuestra descripción de la amistad. Su idea de lo que un amigo era siempre había sido “Me agrada y yo le agrado” y estuvieron descontentos al darse cuenta que tal noción no podía encajarse siempre con las características en las cuales insistimos. Después de una discusión considerable de nuestra parte y mayor consideración de parte de ellos, llegaron en general a la conclusión que estamos en lo correcto.

Es esencial mantener en mente desde el comienzo que nos estamos refiriendo a verdadera amistad, no de una mera fascinación emocional, o pasión ciega o una compañía de mera conveniencia que son generales hoy en día, llevadas de manera placentera por un tiempo y luego muere por su propio peso. La amistad verdadera difiere considerablemente de tales cosas. Un compañerismo podría estilizarse como una amistad verdadera solo cuando posee estas tres cualidades:

1) Es moralmente útil para ambas partes;
2) Hay una base genuina de acuerdo entre ambas partes;
3) Su mutuo amor es caracterizado por un espíritu de sacrificio propio.

Unas cuantas palabras de cada una de estas cualidades asentarían una sólida base para la primera parte de este libro. Hasta el punto presente está bien omitir alguna aplicación especial de amor entre ambos sexos. Estas tres cualidades distinguen la verdadera amistad donde sea que es encontrada, sea entre personas del mismo sexo o de diferentes sexos. Estas cualidades no han sido elegidas de manera arbitraría o aleatoriamente; son dadas aquí como el resultado de un estudio largo y serio del significado real de la amistad, y con la confianza que cualquier lector meticuloso estaría de acuerdo con la enumeración.



1.1.1 Moralmente Útil


Para poner esto de manera negativa, significa que un compañerismo no es amistad verdadera si es que lleva al pecado, a atribulaciones de conciencia, a un menoscabo de los ideales, a un debilitamiento de la fe, a descuidar la práctica de los deberes religiosos de uno. Tales dañinos efectos morales violan la más elemental idea de amistad verdadera. La amistad es fundada en respeto mutuo, y es imposible tener un respeto sincero por uno que tiene la influencia del veneno en el alma. El amor verdadero busca el bien del ser amado, y este bien nunca es encontrado en el pecado.

La amistad debería tener una influencia positiva en el bien moral. La apreciación del valor del amigo debería inspirar a uno a un valor similar. Ello enaltece y lleva a ambos mucho más cerca de Dios; es una unión en Cristo. Un compañerismo íntimo está llevado a influenciar a ambas partes, y sólo una buena influencia es merecedora de la amistad. Debería haber ayuda mutua para evitar el pecado y una inspiración mutua de la práctica de la virtud.

Esto no significa que al formar nuestras amistades debamos conscientemente buscar un mejoramiento moral, sino que significa que no debemos prolongar conscientemente una compañía que reconozcamos como moralmente mala. No significa que ambos amigos deban tener igual virtud, pero significa que ambos debieran tener una apreciación y voluntad de practicar la virtud y que al menos su influencia en el uno y en el otro no es obstáculo para la práctica de la virtud. Puedes tener un ciego apego por una persona que te aleja de Dios, pero no puedes tener un amor genuino por tal clase de persona “Te amo, así que vayamos juntos al infierno”, es un lenguaje que simplemente no tiene sentido, ya sea expresado por palabra o acción; mientras que por el contrario “Te amo, por eso quiero llevarte al cielo conmigo” tiene un significado pleno.



1.1.2 El Acuerdo

Este punto parecería muy obvio para discutirlo, ya que estamos acostumbrados a pensar en la amistad en términos de intereses comunes, gustos comunes, preferencias similares y así en lo sucesivo. El amigo es aquel a quien recurrimos por simpatía, aliento, consejo útil e inspiración; es aquél con quien compartimos alegrías y penas; él es, en simples palabras, otro yo. Todas estas cosas implican una forma muy especial de acuerdo.

Aunque obvio podría parecer que hay pocos puntos acerca del acuerdo de amistad que podrían nombrarse aquí. El acuerdo, por instancia, es genuino, no artificial. En esto difiere grandemente de la mera fascinación. Si tienes un fuerte apego emocional hacia alguien, algunas veces notarás que te surge que te guste lo que a él le gusta, de querer hacer lo que él quiera, de pensar las cosas como él piensa sobre ellas, mientras que, si fueras honesto, sabrías que en lo profundo de tu corazón la total similitud es artificial, que esa no es tu forma común de vida o de pensar y que no puede durar.

Para saber si el acuerdo de amistad verdadera existe, uno tiene que decidir si existe entre uno y su amigo una base de armonía duradera. Esto no quiere decir que ambos deban tener exactamente los mismos gustos y disgustos naturales. Ese tipo de similitud podría ser incluso destructivo de una amistad verdadera y duradera porque hace las cosas muy fáciles, limita el beneficio intercambiable de puntos de vista y reduce los incentivos de mutuo sacrificio propio peligrosamente hasta cero. El acuerdo ideal de amistad implica la habilidad de trabajar juntos armoniosamente, con la totalidad del acuerdo en las cosas grandes y fundamentales y compromisos agradables en las cosas más pequeñas. Las diferencias de opinión y gustos deberían ser puntos de contacto mental agradable e intercomunicación, y no ocasiones de rompimiento de la amistad.

Normalmente debe haber algún compromiso, alguna clase de acuerdo mutuo respecto a los gustos y disgustos personales, en la amistad. Pocas personas pueden intimar por un período largo de tiempo y tener siempre los mismos deseos al mismo tiempo o ser siempre naturalmente complacientes hacia el otro. Debe haber un compromiso, acuerdo mutuo en pequeñas cosas tales como cómo pasar una noche o cómo decorar una habitación; debe haber una mutua observancia de pequeñas faltas y respeto mutuo de las opiniones divergentes. Pero el compromiso debe ser limitado hacia cosas accidentales. No puede entrar a la esfera de la conciencia. No puede incluir cosas fundamentales tales como el Credo, el Código Moral, Método de Adoración. Al menos para un Católico, el compromiso en estas últimas cosas podría violar la primera regla de la amistad. Esto es una dificultad que algunas veces surge en el momento en que se forma un matrimonio mixto. El No-Católico se hace a veces de la opinión que está siendo tratado injustamente cuando se le pide que prometa el permitir que los hijos sean criados como Católicos. En la realidad, esta es la única forma en que este caso podría ser resuelto sin un compromiso inmoral, para los No-Católicos generalmente concuerdan con el principio que una religión Cristiana es tan buena como otra, mientras que es parte y todo de la fe de un Católico que la suya es la única verdadera Iglesia. Él no podría concientemente permitir que sus hijos sean criados en otra iglesia, mientras que la mayoría de No-Católicos pueden hacer eso sin ir en contra de sus conciencias.

Entre más amplio el campo de intimidad y armonía entre los amigos, más rica y más extensa es su amistad. De esa manera, estando todas las otras cosas por igual, dos santos pueden disfrutar una amistad mucho más rica que la de dos personas ordinarias porque su capacidad de mutuo compartimiento es más profundo. Siendo así, estando todas las otras cosas por igual, una amistad entre dos buenos Católicos es más rica que una amistad que existe entre un Católico y un No-Católico, por la simple razón que el primero tiene un campo mucho mayor de intereses comunes y un lazo más mucho más profundo de simpatía común. Pero, cualquiera sea la escala de su mutua intimidad, los amigos debieran siempre darse cuenta que pueden y deben mantener su amistad viva y hacerla más rica por un constante deseo de reproducir en uno mismo el bien que uno encuentra en el otro. Y esto nos lleva a la tercera cualidad de la amistad.


1.1.3 Sacrificio Propio

No es simple poesía decir que la amistad verdadera involucra una combinación de almas. En cualquier proceso de combinación, cada elemento da algo de sí mismo, de su propia individualidad, y así contribuye al resultado común. La amistad es el resultado de una análoga unión de almas – cada una da lo mejor a la otra. En la práctica, este dar lo mejor de uno significa mantener el sacrificio propio. La amistad no puede durar sin esto.

San Ignacio, hablando de la amistad entre Dios y el alma, da estos dos signos simples del amor de la amistad. Primero, se muestra por más por hechos que por palabras. En segundo lugar, si un amigo tiene buenas cosas, desea compartirlas con el otro. Estas son buenas normas de amistad humana, también; indican la cualidad de dar de uno mismo lo cual es la sal de toda amistad.

Para evitar ser demasiado teóricos, es bueno observar algunos de las muchas maneras prácticas en las cuales el sacrificio propio juega su parte en mantener una amistad viva. Por ejemplo, están los compromisos ya mencionados. Cada compromiso requiere un gracioso y certero “rendir”, y la voluntad de hacer esto es incompatible con el egoísmo. Cuando has conocido a una persona por un largo tiempo, especialmente cuando te asocias con ella de manera íntima, empiezas a darte cuenta de pequeños defectos que podrías no haber percibido al comienzo; algunas veces, debido a los cambios de humor, estos defectos empiezan a “jalarte de los pelos”. Estos momentos pueden ser fatales para la amistad a menos que uno resueltamente aplaste la inclinación de concentrarse en ellos y hacerlos más grandes. O nuevamente, sospechas o celos podrían surgir en la mente. La lealtad necesaria para la amistad exige que esas cosas sean desterradas.

Un amigo debería ser un cobijo en tiempo de angustia, alguien que pueda darte simpatía y aliento, uno que tenga la voluntad de escuchar tanto problemas como alegrías. Son suficientes las veces que no es difícil ejercitar estos buenos oficios de la amistad, pero algunas veces sucede que estas con un humor terrible justo cuando tu amigo necesita ayuda. Preferirías más bien hablar de ti mismo. En esos momentos, la avidez de cumplir los deberes de un amigo alegremente requieren un gran sacrificio propio. Nuevamente sucede que al comienzo de la amistad, ambos son bien espontáneos en elaborar pequeños actos de amabilidad y cortesía: pero la familiaridad de la amistad tiene una tendencia de adormecer este espíritu de atención. Aún así tal atención en pequeñas cosas debe ser mantenida, y hacerlo requiere constante disciplina propia. Finalmente, cada amigo debiera ser una inspiración moral para el otro, y sin ninguna duda el día a día demostrará ser merecedor del otro, ser una ayuda para el otro, hacer demandas constantes en el amor de uno mismo.

La ejemplos que siguen dan una indicación de cómo la amistad es un desprenderse perpetuo y mutuo. Esta necesidad de darse podría ser resumida en pocas palabras: debe haber paciencia con los defectos, rechazo a sospechas, constancia en el servicio, un deseo real y un esfuerzo genuino de entender el uno al otro – en definitiva, la práctica de la regla de oro por ambas partes, especialmente cuando hay mal humor, controversias, malos entendidos. En ellos mismos, estas ocasiones de dificultad son pequeñas, resaltando el hecho de que nosotros seres humanos tenemos varias imperfecciones. Pero la constancia en enfrentarlos y alegremente sobreponerse a ellos requiere una alta cualidad de amor.


1.1.4 Un Amor Racional

Después de la explicación de las tres cualidades de la amistad, debería ser evidente que el amor de la amistad no es un mero emocionalismo, sentimentalismo o atracción. Es un amor racional, un amor humano. Nosotros los seres humanos nos diferenciamos de los animales en que en nuestras mentes podemos ver lo bueno y podemos libremente dirigir nuestros afectos hacia lo bueno. Podría haber o no mucha expresión emocional en nuestro amor; nuestros corazones podrían o no latir violentamente; pero la cuestión esencial, fundamental y humana es que la cabeza tiene que ser usada también. La amistad es básicamente un amor de la mente, Uno ve la bondad, el carácter del amigo, y sobre esa base uno busca la unión.

Quizás deberíamos agregar aquí que al hablar de amistad hemos estado considerando el ideal. Por supuesto, en cualquier amistad definida las cualidades que hemos delimitado admiten el progreso, y podría ser que al comienzo estén presentes sólo de manera imperfecta. Pero deben estar presentes al menos en algún grado; de otra manera dicha amistad difícilmente podría ser llamada verdadera.






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Artìculo obtenido de The Augustine Club de la la Universidad de Columbia, USA. Traducciòn no oficial realizada por Alicia, Enero 2008.

domingo, 30 de diciembre de 2007

¿QUIÉN SE SALVARÁ?

Los medios de comunicación populares han creado gran controversia entre los protestantes sobre el criterio de salvación. ¿Todos están salvados o es el reconocimiento expreso de Jesús necesario para la salvación? ¿Cómo puede un Dios todo amor todo bondad condenar gente que sin culpa propia no pudieron conocer a Cristo? Por otro lado, ¿Cómo se puede pasar por alto la insistencia de Las Escrituras sobre que la fe en Cristo es necesaria para la salvación? Ambos lados parecen tener razón, aún así sus posiciones aparecen sumamente incompatibles. Exploraremos esta verdad de salvación, primero al examinar a la persona humana y su relación a la verdad. Luego examinaremos un tercer lado de la historia (un lado que genera un poco de presión ya que supera la controversia), la enseñanza de la Iglesia Católica. Antes de concluir, examinaremos el criterio de salvación para los no creyentes y, desde luego, para creyentes.

La Verdad y la Persona Humana

La facultad interna de los seres humanos que los conecta a la verdad es la conciencia. La conciencia nos dice qué es lo correcto y lo que no es. Es la aproximación a la “Voz de Dios” y debemos seguir los dictados de la conciencia todas las veces que sea certera. Esta es la primera regla de la conciencia.
San Buenaventura enseña que “«La conciencia es como un heraldo de Dios y su mensajero, y lo que dice no lo manda por sí misma, sino que lo manda como venido de Dios, igual que un heraldo cuando proclama el edicto del rey. Y de ello deriva el hecho de que la conciencia tiene la fuerza de obligar».
103 Se puede decir, pues, que la conciencia da testimonio de la rectitud o maldad del hombre al hombre mismo, pero a la vez y antes aún, es testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta las raíces de su alma, invitándolo «fortiter et suaviter» a la obediencia: «La conciencia moral no encierra al hombre en una soledad infranqueable e impenetrable, sino que la abre a la llamada, a la voz de Dios. En esto y no en otra cosa reside todo el misterio y dignidad de la conciencia moral: en ser el lugar, el espacio santo donde Dios habla al hombre». (Veritatis Splendor no. 58)
Sin embargo, tal como a veces experimentamos en nuestro día a día, la conciencia no es infalible: puede equivocarse. Por tanto, debemos agregar a la primera regla de conciencia, una segunda regla: cada persona tiene una responsabilidad de formar su propia conciencia de acuerdo a la verdad. Tal es así que, cuando la propia conciencia está dubitativa o equivocada abiertamente, uno debe buscar la verdad para corregir la propia conciencia.
62. La conciencia, como juicio de un acto, no está exenta de la posibilidad de error. «Sin embargo, —dice el Concilio— muchas veces ocurre que la conciencia yerra por ignorancia invencible, sin que por ello pierda su dignidad. Pero no se puede decir esto cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi ciega».
107 Con estas breves palabras, el Concilio ofrece una síntesis de la doctrina que la Iglesia ha elaborado a lo largo de los siglos sobre la conciencia errónea.
Ciertamente, para tener una «conciencia recta» (1 Tim 1, 5), el hombre debe buscar la verdad y debe juzgar según esta misma verdad. (
Veritatis Splendor no. 62)

En la actualidad, se habla bastante sobre la libertad de conciencia sin embargo es muy poco apreciada. La realidad es que es por encima de todo una libertad positiva: la libertad de la persona humana de adherirse a la verdad. Es por ello que también es una gran responsabilidad.
Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre, y, por tanto, enaltecidos por la responsabilidad personal, tienen la obligación moral de buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a la religión.
Están obligados, asimismo, a adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad. (
Dignitatis Humanae, Declaration on Religious Freedom of the Second Vatican Council, no. 2)

“La Salvación”, La Conciencia y la Iglesia Católica

Para la Iglesia Católica, la salvación compromete la profundidad del corazón humano. La fe es por supuesto necesaria para la salvación, pero el corolario necesario de la fe es el bautismo, el sacramento que inicia a los creyentes en la vida en Cristo. En el bautismo, la Iglesia incluye a aquellos que, aunque no formalmente bautizados, han dado sus vidas por Cristo (el llamado bautismo de sangre), y aquellos que murieron antes de ser bautizados, pero con un deseo de ser bautizados junto a la caridad y arrepentimiento por sus pecados (llamado deseo de bautismo) (cf. CCC 1258-1259). Sin embargo, bien podría ser que Dios tiene otros designios para algunos, porque los caminos de la infinita misericordia y gracia de Dios permanecen un misterio a la mente limitada del hombre.
La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer "renacer del agua y del espíritu" a todos los que pueden ser bautizados. Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, pero su intervención salvífica no queda reducida a los sacramentos. (CCC no. 1257)
Todo hombre que, ignorando el evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad. (CCC no. 1260, cf. no. 1258 en el deseo del bautismo).
Pero para la Iglesia, la fe es más que un estado legal de acuerdo con Dios obtenido por la creencia en un hombre llamado Jesús que vivió hace dos mil años. Jesús es más que un hombre – Él es el Hijo del Eterno Padre a través de quien el universo se creó. Él es el arquetipo de todo lo que es, y especialmente de la cúspide de la creación visible, el hombre. De esta manera, la fe en Cristo representa no sólo la creencia en Jesús, pero también una relación especial con La Verdad – la verdad acerca de uno mismo y el resto del universo.
Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, y buscan con sinceridad a Dios, y se esfuerzan bajo el influjo de la gracia en cumplir con las obras de su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. (Lumen Gentium 16)

La Verdad y los No-Creyentes

La Salvación es posible para todos. Ahora debería ser claro que lo que estamos diciendo no es que todos se salven, sino que todos podrían ser salvos si es voluntad de Dios. San Pablo lo dice de tal manera cuando escribe que “[Dios] quiere que todos los hombres se salven y que lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Timoteo 2:4) [“…el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” – Versión Reina Valera, 1960] Aquí llegamos a un gran misterio: Mientras la salvación proviene de la gracia de Dios y es de hecho imposible sin esa gracia, que también requiere cooperación libre proveniente del receptor de esa gracia. (En el centro de este misterio está el hecho que la libre cooperación requiere la anterior gracia de Dios). De otra manera, si la salvación no requiriera el libre consentimiento del alma, si Dios intencionadamente destinara algunas almas a la eterna condenación, ¿Cómo podría alguien justamente atribuirle alguna culpa al condenado?. Incluso, ¿no sería el colmo de la arrogancia declarar el haber resuelto el infinito misterio de la gracia de Dios?
Dios justamente tiene requerimientos para la salvación de los no-creyentes. Incluso los seres humanos sin el beneficio de la revelación pueden llegar a conocer la existencia de Dios y la ley moral, tal como San Pablo escribe:
En efecto, la cólera de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia; pues lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles. (Versión B. de Jerusalén. Rom 1:18-23).
Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. (Versión Reina Valera, 1960. Rom 1:18-23)

En efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza... en el día en que Dios juzgará las acciones secretas de los hombres, según mi Evangelio, por Cristo Jesús. (Rom 2:14-16; interesantemente, en este capítulo dos de Romanos San Pablo reseña sobre la Sabiduría 13-19)
Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio. (Rom 2: 14-16.Versión Reina Valera, 1960.)
El “ser ley para sí mismos” es la participación del hombre en la ley eterna de Dios, algunas veces conocida como la ley natural. De manera significativa, San Pablo no ha mencionado la fe en Cristo como una condición para el conocimiento de esta ley natural: es una ley conocible por todos los hombres sin respeto a un credo. Como San Pablo dice, está escrito en el corazón de los hombres, aunque puede ser nublado por el pecado.
La importancia de las palabras de San Pablo en el tema de salvación se vuelve un poco más clara cuando nos damos cuenta de la “ira de Dios” es la maldad que los hombres hacen, lo cual resulta de la negación de la Verdad de Dios y la relación del hombre con Él (esto ocurrió primeramente con el pecado de nuestros primeros padres). En el segundo capítulo San Pablo discute las consecuencias eternas de las malas acciones: “
el cual dará a cada cual según sus obras” (Rom 2:6). En resumen, las acciones pecaminosas vienen por el rechazo hacia Dios y la verdad. La condenación eterna viene de las acciones pecaminosas.
En lo que respecta a los requerimientos específicos de Dios para cada individuo, no es posible saberlo. De manera significativa, San Lucas, quien fue discípulo de San Pablo, explica en su evangelio las palabras de Jesús.
Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; 48 el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más. (Lk 12:47-48, cf. Lk 19:26, Mt 25:29, Mk 4:25)
Finalmente es solo Dios quien ve en el corazón de los hombres y la verdad que han recibido en la vida, y es él quien juzga sobre tal base. No es para los humanos el juzgar para separar las ovejas de las cabras.
Por supuesto, nada de lo que hemos dicho quita la responsabilidad de los Cristianos de proclamar la verdad a otros. Claramente, aquellos que viven en Cristo tienen la plenitud de la verdad y una más grande felicidad que cualquier otro, incluso en esta vida “
y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.” (Jn 8:32)
La fe lleva a su culminación lo que la ley natural declara:
“El comienzo de la libertad consiste en estar libres de crímenes [cometidos por uno mismo] tales como asesinato, adulterio, fornicación, robo, fraude, sacrilegio y otros. Una vez que uno está sin estos crímenes… uno empieza a levantar la cabeza hacia la libertad. Pero esto es solo el comienzo de la libertad, no una libertad perfecta…” (Augustine, In Iohannis Evangelium Tractatus, 41, 10: CCL 36, 363; cf. Veritatis Splendor, no. 13)

La Verdad y los Creyentes

Las barreras son mucho más altas para creyentes que para no-creyentes, porque ellos han recibido claramente la plenitud de la verdad en los mandamientos de Dios, así que sus acciones aceptan o rechazan claramente la plenitud de la verdad.
Pues cuantos sin ley pecaron, sin ley también perecerán; y cuantos pecaron bajo la ley, por la ley serán juzgados; que no son justos delante de Dios los que oyen la ley, sino los que la cumplen: ésos serán justificados. (Rom 2:12-13)

Aún más, los creyentes tienen incluso menos excusa porque ellos han recibido la gracia de Dios y una relación especial con Dios que les permite conocer mejor la voluntad de Dios y facilitar el cumplimiento de su voluntad.
Algunos descansarían cómodamente en la profesión de “fe en Jesús” para su salvación, pero
¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan.” (Santiago 2:19). La fe no asegura la salvación propia. Lo que es necesario es la perseverancia en la lucha por hacer el bien “pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará.'' (Mt 10:22, 13:13). Debemos morir en el amor de Dios. Esta batalla en el momento final de nuestras vidas requiere una preparación a lo largo de la vida – una batalla constante y diaria contra nosotros mismos:
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: "
« Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.” (Mt 16:24, cf. Marcos 8:34, Lucas 9:23).

Antes bien, exhortaos mutuamente cada día mientras dure este hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca seducido por el pecado.
Pues hemos venido a ser partícipes de Cristo, a condición de que mantengamos firme hasta el fin la segura confianza del principio. (Hebreos 3:13-14)

Temamos, pues; no sea que, permaneciendo aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros parezca llegar rezagado. (Hebreos 4:1)
“Con este objeto rogamos en todo tiempo por vosotros: que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y lleve a término con su poder todo vuestro deseo de hacer el bien y la actividad de la fe” (2 Tesalonicenses 1:11)
Si en lugar de “Judío” leemos “Cristiano”, estas palabras de San Pablo claman su sentido más exacto:
Por eso, no tienes excusa quienquiera que seas, tú que juzgas, pues juzgando a otros, a ti mismo te condenas, ya que obras esas mismas cosas tú que juzgas, y sabemos que el juicio de Dios es según verdad contra los que obran semejantes cosas. Y ¿te figuras, tú que juzgas a los que cometen tales cosas y las cometes tú mismo, que escaparás al juicio de Dios? O ¿desprecias, tal vez, sus riquezas de bondad, de paciencia y de longanimidad, sin reconocer que esa bondad de Dios te impulsa a la conversión?. Por la dureza y la impenitencia de tu corazón vas atesorando contra ti cólera para el día de la cólera y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual dará a cada cual según sus obras: a los que, por la perseverancia en el bien busquen gloria, honor e inmortalidad: vida eterna; mas a los rebeldes, indóciles a la verdad y dóciles a la injusticia: cólera e indignación. Tribulación y angustia sobre toda alma humana que obre el mal: del judío primeramente y también del griego; en cambio, gloria, honor y paz a todo el que obre el bien; al judío primeramente y también al griego; que no hay acepción de personas en Dios. (Rm 2:1-11)
Incluso para creyentes, no hay espacio para la confianza complaciente en lo que hemos hecho en el pasado.
Así pues, queridos míos, de la misma manera que habéis obedecido siempre, no sólo cuando estaba presente sino mucho más ahora que estoy ausente, trabajad con temor y temblor por vuestra salvación (Filipenses 2:12)
Conclusión

La salvación es una cuestión de cómo respondamos a la verdad que nos ha sido dada en la vida. Sólo para aquellos que han encontrado la plenitud de la verdad en Cristo es necesaria una proclamación formal de la creencia en Cristo.
La disputa protestante acerca del criterio de salvación no acierta en el punto, porque ambos lados tienen una parte de la verdad pero ninguno acoge la verdad en su profunda totalidad. Un lado blanquea la realidad del pecado en el mundo proclamando la salvación universal. El otro intenta extraer certeza científica de las Sagradas Escrituras al leerlas como un documento legal. Ningún lado acoge que la clave de la salvación es la conciencia – la parte de la persona humana que permanece escondida de todos los espectadores menos de Dios.
Incluso en un mayor sentido, enfocarse en la salvación yerra el punto esencial del evangelio: el amor. Si amamos a Dios y a los demás tanto como podamos – si es que nos reconocemos plenamente con Dios en Cristo, sin contar lo que nos cuesta a nosotros mismos – no necesitamos preocuparnos acerca del cielo o del infierno, ya que Dios se encargará de juzgar aquello Él mismo.
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Traducido de The Augustine Club de la Universidad de Columbia, USA.