domingo, 30 de diciembre de 2007

¿QUIÉN SE SALVARÁ?

Los medios de comunicación populares han creado gran controversia entre los protestantes sobre el criterio de salvación. ¿Todos están salvados o es el reconocimiento expreso de Jesús necesario para la salvación? ¿Cómo puede un Dios todo amor todo bondad condenar gente que sin culpa propia no pudieron conocer a Cristo? Por otro lado, ¿Cómo se puede pasar por alto la insistencia de Las Escrituras sobre que la fe en Cristo es necesaria para la salvación? Ambos lados parecen tener razón, aún así sus posiciones aparecen sumamente incompatibles. Exploraremos esta verdad de salvación, primero al examinar a la persona humana y su relación a la verdad. Luego examinaremos un tercer lado de la historia (un lado que genera un poco de presión ya que supera la controversia), la enseñanza de la Iglesia Católica. Antes de concluir, examinaremos el criterio de salvación para los no creyentes y, desde luego, para creyentes.

La Verdad y la Persona Humana

La facultad interna de los seres humanos que los conecta a la verdad es la conciencia. La conciencia nos dice qué es lo correcto y lo que no es. Es la aproximación a la “Voz de Dios” y debemos seguir los dictados de la conciencia todas las veces que sea certera. Esta es la primera regla de la conciencia.
San Buenaventura enseña que “«La conciencia es como un heraldo de Dios y su mensajero, y lo que dice no lo manda por sí misma, sino que lo manda como venido de Dios, igual que un heraldo cuando proclama el edicto del rey. Y de ello deriva el hecho de que la conciencia tiene la fuerza de obligar».
103 Se puede decir, pues, que la conciencia da testimonio de la rectitud o maldad del hombre al hombre mismo, pero a la vez y antes aún, es testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta las raíces de su alma, invitándolo «fortiter et suaviter» a la obediencia: «La conciencia moral no encierra al hombre en una soledad infranqueable e impenetrable, sino que la abre a la llamada, a la voz de Dios. En esto y no en otra cosa reside todo el misterio y dignidad de la conciencia moral: en ser el lugar, el espacio santo donde Dios habla al hombre». (Veritatis Splendor no. 58)
Sin embargo, tal como a veces experimentamos en nuestro día a día, la conciencia no es infalible: puede equivocarse. Por tanto, debemos agregar a la primera regla de conciencia, una segunda regla: cada persona tiene una responsabilidad de formar su propia conciencia de acuerdo a la verdad. Tal es así que, cuando la propia conciencia está dubitativa o equivocada abiertamente, uno debe buscar la verdad para corregir la propia conciencia.
62. La conciencia, como juicio de un acto, no está exenta de la posibilidad de error. «Sin embargo, —dice el Concilio— muchas veces ocurre que la conciencia yerra por ignorancia invencible, sin que por ello pierda su dignidad. Pero no se puede decir esto cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi ciega».
107 Con estas breves palabras, el Concilio ofrece una síntesis de la doctrina que la Iglesia ha elaborado a lo largo de los siglos sobre la conciencia errónea.
Ciertamente, para tener una «conciencia recta» (1 Tim 1, 5), el hombre debe buscar la verdad y debe juzgar según esta misma verdad. (
Veritatis Splendor no. 62)

En la actualidad, se habla bastante sobre la libertad de conciencia sin embargo es muy poco apreciada. La realidad es que es por encima de todo una libertad positiva: la libertad de la persona humana de adherirse a la verdad. Es por ello que también es una gran responsabilidad.
Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre, y, por tanto, enaltecidos por la responsabilidad personal, tienen la obligación moral de buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a la religión.
Están obligados, asimismo, a adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad. (
Dignitatis Humanae, Declaration on Religious Freedom of the Second Vatican Council, no. 2)

“La Salvación”, La Conciencia y la Iglesia Católica

Para la Iglesia Católica, la salvación compromete la profundidad del corazón humano. La fe es por supuesto necesaria para la salvación, pero el corolario necesario de la fe es el bautismo, el sacramento que inicia a los creyentes en la vida en Cristo. En el bautismo, la Iglesia incluye a aquellos que, aunque no formalmente bautizados, han dado sus vidas por Cristo (el llamado bautismo de sangre), y aquellos que murieron antes de ser bautizados, pero con un deseo de ser bautizados junto a la caridad y arrepentimiento por sus pecados (llamado deseo de bautismo) (cf. CCC 1258-1259). Sin embargo, bien podría ser que Dios tiene otros designios para algunos, porque los caminos de la infinita misericordia y gracia de Dios permanecen un misterio a la mente limitada del hombre.
La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer "renacer del agua y del espíritu" a todos los que pueden ser bautizados. Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, pero su intervención salvífica no queda reducida a los sacramentos. (CCC no. 1257)
Todo hombre que, ignorando el evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad. (CCC no. 1260, cf. no. 1258 en el deseo del bautismo).
Pero para la Iglesia, la fe es más que un estado legal de acuerdo con Dios obtenido por la creencia en un hombre llamado Jesús que vivió hace dos mil años. Jesús es más que un hombre – Él es el Hijo del Eterno Padre a través de quien el universo se creó. Él es el arquetipo de todo lo que es, y especialmente de la cúspide de la creación visible, el hombre. De esta manera, la fe en Cristo representa no sólo la creencia en Jesús, pero también una relación especial con La Verdad – la verdad acerca de uno mismo y el resto del universo.
Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, y buscan con sinceridad a Dios, y se esfuerzan bajo el influjo de la gracia en cumplir con las obras de su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. (Lumen Gentium 16)

La Verdad y los No-Creyentes

La Salvación es posible para todos. Ahora debería ser claro que lo que estamos diciendo no es que todos se salven, sino que todos podrían ser salvos si es voluntad de Dios. San Pablo lo dice de tal manera cuando escribe que “[Dios] quiere que todos los hombres se salven y que lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Timoteo 2:4) [“…el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” – Versión Reina Valera, 1960] Aquí llegamos a un gran misterio: Mientras la salvación proviene de la gracia de Dios y es de hecho imposible sin esa gracia, que también requiere cooperación libre proveniente del receptor de esa gracia. (En el centro de este misterio está el hecho que la libre cooperación requiere la anterior gracia de Dios). De otra manera, si la salvación no requiriera el libre consentimiento del alma, si Dios intencionadamente destinara algunas almas a la eterna condenación, ¿Cómo podría alguien justamente atribuirle alguna culpa al condenado?. Incluso, ¿no sería el colmo de la arrogancia declarar el haber resuelto el infinito misterio de la gracia de Dios?
Dios justamente tiene requerimientos para la salvación de los no-creyentes. Incluso los seres humanos sin el beneficio de la revelación pueden llegar a conocer la existencia de Dios y la ley moral, tal como San Pablo escribe:
En efecto, la cólera de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia; pues lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles. (Versión B. de Jerusalén. Rom 1:18-23).
Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. (Versión Reina Valera, 1960. Rom 1:18-23)

En efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza... en el día en que Dios juzgará las acciones secretas de los hombres, según mi Evangelio, por Cristo Jesús. (Rom 2:14-16; interesantemente, en este capítulo dos de Romanos San Pablo reseña sobre la Sabiduría 13-19)
Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio. (Rom 2: 14-16.Versión Reina Valera, 1960.)
El “ser ley para sí mismos” es la participación del hombre en la ley eterna de Dios, algunas veces conocida como la ley natural. De manera significativa, San Pablo no ha mencionado la fe en Cristo como una condición para el conocimiento de esta ley natural: es una ley conocible por todos los hombres sin respeto a un credo. Como San Pablo dice, está escrito en el corazón de los hombres, aunque puede ser nublado por el pecado.
La importancia de las palabras de San Pablo en el tema de salvación se vuelve un poco más clara cuando nos damos cuenta de la “ira de Dios” es la maldad que los hombres hacen, lo cual resulta de la negación de la Verdad de Dios y la relación del hombre con Él (esto ocurrió primeramente con el pecado de nuestros primeros padres). En el segundo capítulo San Pablo discute las consecuencias eternas de las malas acciones: “
el cual dará a cada cual según sus obras” (Rom 2:6). En resumen, las acciones pecaminosas vienen por el rechazo hacia Dios y la verdad. La condenación eterna viene de las acciones pecaminosas.
En lo que respecta a los requerimientos específicos de Dios para cada individuo, no es posible saberlo. De manera significativa, San Lucas, quien fue discípulo de San Pablo, explica en su evangelio las palabras de Jesús.
Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; 48 el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más. (Lk 12:47-48, cf. Lk 19:26, Mt 25:29, Mk 4:25)
Finalmente es solo Dios quien ve en el corazón de los hombres y la verdad que han recibido en la vida, y es él quien juzga sobre tal base. No es para los humanos el juzgar para separar las ovejas de las cabras.
Por supuesto, nada de lo que hemos dicho quita la responsabilidad de los Cristianos de proclamar la verdad a otros. Claramente, aquellos que viven en Cristo tienen la plenitud de la verdad y una más grande felicidad que cualquier otro, incluso en esta vida “
y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.” (Jn 8:32)
La fe lleva a su culminación lo que la ley natural declara:
“El comienzo de la libertad consiste en estar libres de crímenes [cometidos por uno mismo] tales como asesinato, adulterio, fornicación, robo, fraude, sacrilegio y otros. Una vez que uno está sin estos crímenes… uno empieza a levantar la cabeza hacia la libertad. Pero esto es solo el comienzo de la libertad, no una libertad perfecta…” (Augustine, In Iohannis Evangelium Tractatus, 41, 10: CCL 36, 363; cf. Veritatis Splendor, no. 13)

La Verdad y los Creyentes

Las barreras son mucho más altas para creyentes que para no-creyentes, porque ellos han recibido claramente la plenitud de la verdad en los mandamientos de Dios, así que sus acciones aceptan o rechazan claramente la plenitud de la verdad.
Pues cuantos sin ley pecaron, sin ley también perecerán; y cuantos pecaron bajo la ley, por la ley serán juzgados; que no son justos delante de Dios los que oyen la ley, sino los que la cumplen: ésos serán justificados. (Rom 2:12-13)

Aún más, los creyentes tienen incluso menos excusa porque ellos han recibido la gracia de Dios y una relación especial con Dios que les permite conocer mejor la voluntad de Dios y facilitar el cumplimiento de su voluntad.
Algunos descansarían cómodamente en la profesión de “fe en Jesús” para su salvación, pero
¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan.” (Santiago 2:19). La fe no asegura la salvación propia. Lo que es necesario es la perseverancia en la lucha por hacer el bien “pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará.'' (Mt 10:22, 13:13). Debemos morir en el amor de Dios. Esta batalla en el momento final de nuestras vidas requiere una preparación a lo largo de la vida – una batalla constante y diaria contra nosotros mismos:
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: "
« Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.” (Mt 16:24, cf. Marcos 8:34, Lucas 9:23).

Antes bien, exhortaos mutuamente cada día mientras dure este hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca seducido por el pecado.
Pues hemos venido a ser partícipes de Cristo, a condición de que mantengamos firme hasta el fin la segura confianza del principio. (Hebreos 3:13-14)

Temamos, pues; no sea que, permaneciendo aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros parezca llegar rezagado. (Hebreos 4:1)
“Con este objeto rogamos en todo tiempo por vosotros: que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y lleve a término con su poder todo vuestro deseo de hacer el bien y la actividad de la fe” (2 Tesalonicenses 1:11)
Si en lugar de “Judío” leemos “Cristiano”, estas palabras de San Pablo claman su sentido más exacto:
Por eso, no tienes excusa quienquiera que seas, tú que juzgas, pues juzgando a otros, a ti mismo te condenas, ya que obras esas mismas cosas tú que juzgas, y sabemos que el juicio de Dios es según verdad contra los que obran semejantes cosas. Y ¿te figuras, tú que juzgas a los que cometen tales cosas y las cometes tú mismo, que escaparás al juicio de Dios? O ¿desprecias, tal vez, sus riquezas de bondad, de paciencia y de longanimidad, sin reconocer que esa bondad de Dios te impulsa a la conversión?. Por la dureza y la impenitencia de tu corazón vas atesorando contra ti cólera para el día de la cólera y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual dará a cada cual según sus obras: a los que, por la perseverancia en el bien busquen gloria, honor e inmortalidad: vida eterna; mas a los rebeldes, indóciles a la verdad y dóciles a la injusticia: cólera e indignación. Tribulación y angustia sobre toda alma humana que obre el mal: del judío primeramente y también del griego; en cambio, gloria, honor y paz a todo el que obre el bien; al judío primeramente y también al griego; que no hay acepción de personas en Dios. (Rm 2:1-11)
Incluso para creyentes, no hay espacio para la confianza complaciente en lo que hemos hecho en el pasado.
Así pues, queridos míos, de la misma manera que habéis obedecido siempre, no sólo cuando estaba presente sino mucho más ahora que estoy ausente, trabajad con temor y temblor por vuestra salvación (Filipenses 2:12)
Conclusión

La salvación es una cuestión de cómo respondamos a la verdad que nos ha sido dada en la vida. Sólo para aquellos que han encontrado la plenitud de la verdad en Cristo es necesaria una proclamación formal de la creencia en Cristo.
La disputa protestante acerca del criterio de salvación no acierta en el punto, porque ambos lados tienen una parte de la verdad pero ninguno acoge la verdad en su profunda totalidad. Un lado blanquea la realidad del pecado en el mundo proclamando la salvación universal. El otro intenta extraer certeza científica de las Sagradas Escrituras al leerlas como un documento legal. Ningún lado acoge que la clave de la salvación es la conciencia – la parte de la persona humana que permanece escondida de todos los espectadores menos de Dios.
Incluso en un mayor sentido, enfocarse en la salvación yerra el punto esencial del evangelio: el amor. Si amamos a Dios y a los demás tanto como podamos – si es que nos reconocemos plenamente con Dios en Cristo, sin contar lo que nos cuesta a nosotros mismos – no necesitamos preocuparnos acerca del cielo o del infierno, ya que Dios se encargará de juzgar aquello Él mismo.
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Traducido de The Augustine Club de la Universidad de Columbia, USA.

viernes, 28 de diciembre de 2007

SAN AGUSTIN Y LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA CATÓLICA

CREO EN EL LAS ESCRITURAS POR LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA CATOLICA. San Agustín de Hipona, ("En Contra de la Epistola de Mani Llamada "La Fundación" 4:5-6 [397 D.C.])

"En la Iglesia Católica, sin hablar de la sabiduría más pura, al conocimiento de la cual pocos hombres espirituales llegan en esta vida, de manera que la sepan, de la manera mas extensa, efectivamente, porque son hombres, todavía con incertidumbre (ya que el resto de la multitud de gente deriva toda su seguridad no de la agudeza de intelecto, sino de la simpleza de la fe,) - sin hablar de esta sabiduría, la cual tu no crees que está en la Iglesia Católica, hay muchas otras cosas las cuales con mucha razón me mantienen en su seno. El consenso de la gente y las naciones me mantienen en la Iglesia; así también su autoridad, inaugurada por milagros, nutrida por esperanza, engrandecida por amor, establecida por edad. La sucesión de presbíteros me mantienen en ella, empezando por el mismísimo sillón del Apóstol Pedro, a quien el Señor, después de Su resurrección, le entregó a cargo que alimente Sus ovejas [Juan 21:15-17], en sucesión hasta el episcopado presente. Y así, finalmente, también el nombre mismo de Católica, el cual, no sin razón, en medio de tantas herejías, la Iglesia ha así retenido; de manera que, aunque todos los herejes deseen llamarse Católicos, sin embargo cuando un extraño les pregunta donde se reúne la Iglesia Católica, ningún hereje se atreverá a señalarles a su propia capilla o casa. Tales son, entonces, en número e importancia los lazos preciosos que pertenecen al nombre Cristiano los cuales mantienen a un creyente en la Iglesia Católica, como con mucha razón debería ser así, aunque por la lentitud de entendimiento, o por la escasa realización de nuestra vida, la verdad no se muestre completamente por si sola. Pero contigo, no hay ninguna de estas cosas que me atraigan o me mantengan, la promesa de verdad es lo único que es ofrecido. Ahora si la verdad puede ser tan claramente probada a tal punto de no dejar posibilidad de duda, debe ponerse ante todas las cosas que me mantienen en la Iglesia Católica; pero si solamente esta la promesa sin ninguna realización, nadie me va a mover de la fe que ata mi mente con tantos lazos tan fuertes a la religión Cristiana.[...] Si tu te encuentras con una persona que no cree aun en las Escrituras, ¿Como le contestarías si esta te dice que no cree? Por mi parte, no creeré en las Escrituras a menos que la autoridad de la Iglesia Católica me mueva a ello. Así que cuando aquellos en cuya autoridad yo he aceptado creer en las Escrituras me dicen que no crea en Maniqueo, ¿Que mas puedo hacer sino aceptarlo?. Escoge. Si tu dices, cree a los Católicos: Su consejo para mi es que no ponga mi fe en lo que tu dices; así que, creyéndoles, soy prevenido de creerte; - Si tu dices, No creas a los Católicos: Tu no puedes con rectitud utilizar las Escrituras para traerme a la fe en Maniqueo; porque fue bajo el mandato de los Católicos que yo creí en las Escrituras. - Nuevamente, si tu me dices, estabas en lo correcto al creer a los Católicos cuando ellos te dijeron que creas en las Escrituras, pero estabas equivocado al creer su vituperaciones en contra de Maniqueo: ¿Me crees tan tonto como para creer lo que a ti te da la gana y no te da la gana, sin ninguna razón? Así que es por eso más justo y más seguro, habiendo puesto a primera instancia mi fe en los Católicos, no ir a ti, hasta que, en ves de que me insistas que te crea, me hagas entender algo de la manera mas clara y abierta. Para convencerme, entonces, tienes que poner de lado las Escrituras. Si mantienes las escrituras, yo me apegaré a aquellos quienes me mandaron a creer en las Escrituras; y, en obediencia a ellos, no te creeré en lo absoluto. Pero si por casualidad tienes éxito en encontrar en las Escrituras un testimonio irrefutable del apostolado de Maniqueo, debilitarías mi consideración para con la autoridad de los Católicos quienes me dicen que no te crea; y el efecto de esto será, que yo no creeré mas en las Escrituras tampoco, porque fue a través de los Católicos que yo recibí mi fe en ellas; y así lo que sea que me traigas de las Escrituras no tendrá mas peso para conmigo. Así que, si no tienes una prueba clara apostolado de Maniqueo encontrada en las escrituras, yo creeré a los Católicos en ves de a ti. Pero si tu encuentras, de alguna manera, un pasaje claramente a favor de Maniqueo, no les creeré ni a ellos ni a ti: ni a ellos, porque ellos me mintieron con respecto a Maniqueo; ni a ti, porque me estas citando esas Escrituras en las cuales he creído bajo la autoridad de "esos mentirosos". Pero lejos de que yo no vaya a creer en las Escrituras; creyendo en ellas, no encuentro nada en ellas que me haga creerte a ti."
(San Agustín de Hipona. "En Contra de la Epístola de Mani Llamada "La Fundación" 4:5-6 [397 D.C.])

Tomado de
www.corazones.org. Diciembre 2007.